lunes, 28 de marzo de 2011

Noche segunda / El Sátiro

La noche siguiente fue animada por el tercero de apellido Zacarías. Este hombre conocía solo su propia historia, la cual los remonta a un pasado relativamente lejano y cuenta de cómo había llegado a caer por primera vez en las manos de agentes del orden. Zacarías había emprendido una lucha personal contra el tedio, el estancamiento y la alienación de la vida burguesa. Lucha que había comenzado -como muchos- a través del crimen. El estigma de una vida sin relieves, y la persecución neurótica por la trascendencia, convinados a una manía bastante común a los hombres de la edad que por entonces ostentaba Zacarías desencadenaron la clase de crimenes que desataría nuestro narrador. Merodeó su campo de acción exitosamente por casi 6 meses puliendo su metodología de acción, afilando cada arista para ampliar su rango de peligrosidad. Se infiltraba en edificios detrás de alguna joven, tomaba algo del entorno que sus manos convertian en un elemento disuasivo -un arma-, y luego acudía violentamente al sexo de las muchachas empujándolas consigo a la mera degradación. La prensa lo dió a conocer como el Sátiro del Sifón puesto que hacía de ese uno de sus elementos favoritos, por entonces estaban hechos con vidrio y al estrellarse, por ejemplo contra un escalón, podían ser usados como un arma cortante bastante temible.
En una ocasión entró en un departamento siguiendo a una chica de andar tosco. En cuanto pisó la sala quedó estupefacto ante la imagen frente a sus ojos, la extraneza penetró su mente, violando sus sentidos, rentando los márgenes de lo conocido y empujándolo a la desestabilización de lo real. El mundo estaba partido al medio y mostraba a Zacarías sus órganos explotando de bilis. Mientras concurría a esta visión, el Sátiro fue detenido por la muchacha tosca, llevado por un falso linyera que venía haciéndole un largo seguimiento y quien se encargó de patearlo hasta su procesamiento. LLegó al penal como violin y su mundo fue partido.

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