domingo, 26 de diciembre de 2010

El kiosko

Persiguió a la pipa en su corrida fervorosa hacia el bajo. La calle se movía con ritmo mecánico bajo las llantas hasta que se volvió de tierra. Poco después se encontraría frente al kiosko, una improvisada construcción separada del resto del asentamiento por algunos cautos metros de páramo. Por sobre el pobre material de las paredes una serie de fierros se electrizaban con una batería de coche desde adentro. Un ventanuco enrejado funcionaba como posta de intercambio. La pipa trepó velozmente por una de las paredes, se metió dentro de la pieza y comenzó a llamarlo. El kiosko parecía vacío. Una luz se encendió dentro, una masa de sombras se agitó por detrás de Once y más allá por los callejones llegando al alto. Muchos bajaban con el ansia y las monedas contadas. Se vio pasar en las caras de los murciélagos hacia el ventanuco mientras la pipa insistía desde dentro:-"Vení papu, hay cositas".

domingo, 19 de diciembre de 2010

Las Manos

Entre él y sus manos quedó la porción de mundo que podía soportar. "Ese espacio no te alcanza para nada"- Escuchó murmurar desde uno de los bolsillos. La vocecita lo apuraba a poner caras, a decir pavadas, a meterse en problemas. Mientras las palmas mostraban marcas que no recordaba, líneas de una vejez sin experiencia, cayos de quemaduras por quemar. La pequeña voz era irritante, pedigüeña, y chillona. Por más que intentara ignorarla internándose en su ensimismamiento, no lograba evadirse de ella. Metió una de sus manos en el bolsillo al tiempo que con la otra continuaba tapando su propia visión. Revolvió el bolsillo y sintió una mordedura que se afirmó a la mano para salir del pantalón. La cosa en cuestión fue expelida en un movimiento involuntario y torpe. Quedó en el suelo la causante pidiendo por más. Transformada en un artículo de extrañeza, su pipa saboreaba una breve gota de sangre con fachas de insecto voraz.

viernes, 26 de noviembre de 2010

primera vez

La memoria se construye -para adentro- como un ejercicio motivado en algún sentido por cierta misteriosa zona de la cómoda nebulosa de la cofiguración de la personalidad. Se la puede moldear conforme la necesidad de ocasión. El tiempo contenido en la memoria termina por ser esa ficción que la patológica condicion humana se esmera en ordenar para encontrar, con tristeza, que el propio tiempo prefiere el sin sentido. El interés contruye historias y cronologías más o menos cerradas, sujetas a las revisiones de otros intereses. Once está perdido, no es de esos personajes que imponen su voluntad, más bien es arrastrado de las orejas por el espíritu de una época carroñera. Espíritu gordo, orondo y pedorro que cena el cadaver de su mujer mientras exige modales en la mesa y mira el buen prime time de la regia TV nacional. Once no se defiende, su no-historia está en su cara, en esas heridas que no disparan recuerdos ni definen un rostro.