domingo, 24 de abril de 2011

La huída

Se puso en fuga, como las sombras de los barrotes que se extendían sin encontrar la oscuridad final que les pusiera tope. Así se dirigía nuestra tímida masa de carne, incontenible en su huída. Ésta lo condujo por caminos nuevos, hacia extravagantes y voluptuosos pabellones.

Su primer descanso lo obtuvo en la celda de un hombre que sostenía haberse creado tanto a si mismo como a la habitación que lo mantenía cautivo y todo dentro de ella: La cama, el inhodoro, las pilas de libros enmohecidos, las grietas en el piso y las manchas de humedad; tambien se adjudicaba a quien lo visitaba entonces, las palabras que de este venían, sus pulmones, el aire en ellos, y las particulas en suspension -sobre las que, luego, entró en detalle-. Decía de estas últimas que le generaban la terrible dificultad de tener que recordar su ubicación y calcular las desviaciones que se producían con cada cambio en el ambiente. Valiéndose de una parábola creacionista este hombre hizo surgir un continente con sus sierras, y estepas, y praderas a través de las cuales un río escribió su nombre hasta fundirse en un océano del que Once no supo despegar la vista hasta advertir un destello de arma blanca. El hombre dió forma a los perseguidores y creó para ellos largos e intrincados corredores en los que pudieran perderse y, de esta manera, le regaló algo de tiempo a su visita, quien se debía con apremio a la fuga. A esta altura Once partió llevándose un nombre: "Segundo Altazor".

lunes, 11 de abril de 2011

El nuevo crimen

¿Que viste al llegar al pabellón? ¿Por que rompiste el silencio que te sentaba tan bien?
Conociste un nuevo crimen cuando caíste en cuenta del terrible procedimiento al que el sordo había sometido a tus camaradas. De ellos quedaban apenas sus brazos derechos flotando en el aire,
empuñando facas de cintuenta centrimetros y soltando al piso pedazos de sangre cuajada.
Atestiguaste una monstruosidad fragmentaria.
El horror metonímico.
Huiste en desesperación guiándolo a él y a sus nuevos instrumentos a través del presidio buscando a la bestia del grito desgarrador. Esperabas, Once, esquivarle el bulto a la situación. Desechaste
lo aprendido frente al cagazo y te mandaste a mudar, pero esta vuelta te siguen.
¿Con que vas a pagar por tu vida ahora?

lunes, 4 de abril de 2011

La verdad

Testigo del destino de sus compañeros, Once se amparó en el silencio como si se tratara del velo que separa el rostro de Allah de la vista de quienes arriban a sus aposentos. Este que nubla la visión del hombre y le impide ver el perpetuo verdor de los hijos de Dana o cualquier cosa fuera de la dimensiones del tiempo y la decadencia. El hombre se enfrenta a la verdad  y con la mirada torcida falla al intento de descularla -una estampa orientalista ilustra a un Tigre frente a un Dragón como dos adversarios que se repetan mutuamente, pero el tigre no es consciente de la distancia que lo aleja de su oponente; el velo persiste y sus formas son muchas-. Desgarrado el silencio con un rugido de Oso, nuestro pobre héroe nuestro es descubierto en ubicación e intenciones. Emprende la retirada cruzando sombras de barrotes en fuga. Nadie lo sigue, prefieren continuar la faena según lo estipulado -"Unas manos vivas tienen mucho más para contar al zordo que unas muertas"- Escucha decir detrás de sí, a través del piso delineado en bloque, sobre los fondos sin fondo. Volviendo a hurtadillas las manos salieron del mute entrando en soliloquio post-traumático.