miércoles, 30 de marzo de 2011

Última noche


A su turno Once comenzó a dibujar con las manos cómo conoció a Helenita. Lo hacía cabizbajo, nostálgico del momento que narraba. Las manos vivaces contaban de la bailanta, de Los Charros, y de la jarra loca. La multitud se reconstruía gesto a gesto, sus códigos y costumbres se superponían apilandose como postales en un cajón vacío. En el climax descriptivo entró la cheta que reunió toda clase de expresiones morbosas, estilizaciones del campo de lo sexual chabacano, regodeado del placer perverso. Helenita se llevo el pensamiento de los tres que hacian guardia en la cornisa, provocando el olvido de la situación que los reunía y transportándolos fuera del presidio.Sintieron aire fresco, palparon el afuera, pero seguían dentro. Pronto la oportunidad los llamaba. El lobo volvía,y lo hacía con apoyo de un grupo de internos. Zacarías y Rumfield se lanzaron contra ellos sin pensarlo, cada uno encontró el fin en la zarpa del Oso, tu nuevo mejor amigo.

lunes, 28 de marzo de 2011

Noche segunda / El Sátiro

La noche siguiente fue animada por el tercero de apellido Zacarías. Este hombre conocía solo su propia historia, la cual los remonta a un pasado relativamente lejano y cuenta de cómo había llegado a caer por primera vez en las manos de agentes del orden. Zacarías había emprendido una lucha personal contra el tedio, el estancamiento y la alienación de la vida burguesa. Lucha que había comenzado -como muchos- a través del crimen. El estigma de una vida sin relieves, y la persecución neurótica por la trascendencia, convinados a una manía bastante común a los hombres de la edad que por entonces ostentaba Zacarías desencadenaron la clase de crimenes que desataría nuestro narrador. Merodeó su campo de acción exitosamente por casi 6 meses puliendo su metodología de acción, afilando cada arista para ampliar su rango de peligrosidad. Se infiltraba en edificios detrás de alguna joven, tomaba algo del entorno que sus manos convertian en un elemento disuasivo -un arma-, y luego acudía violentamente al sexo de las muchachas empujándolas consigo a la mera degradación. La prensa lo dió a conocer como el Sátiro del Sifón puesto que hacía de ese uno de sus elementos favoritos, por entonces estaban hechos con vidrio y al estrellarse, por ejemplo contra un escalón, podían ser usados como un arma cortante bastante temible.
En una ocasión entró en un departamento siguiendo a una chica de andar tosco. En cuanto pisó la sala quedó estupefacto ante la imagen frente a sus ojos, la extraneza penetró su mente, violando sus sentidos, rentando los márgenes de lo conocido y empujándolo a la desestabilización de lo real. El mundo estaba partido al medio y mostraba a Zacarías sus órganos explotando de bilis. Mientras concurría a esta visión, el Sátiro fue detenido por la muchacha tosca, llevado por un falso linyera que venía haciéndole un largo seguimiento y quien se encargó de patearlo hasta su procesamiento. LLegó al penal como violin y su mundo fue partido.