domingo, 24 de abril de 2011

La huída

Se puso en fuga, como las sombras de los barrotes que se extendían sin encontrar la oscuridad final que les pusiera tope. Así se dirigía nuestra tímida masa de carne, incontenible en su huída. Ésta lo condujo por caminos nuevos, hacia extravagantes y voluptuosos pabellones.

Su primer descanso lo obtuvo en la celda de un hombre que sostenía haberse creado tanto a si mismo como a la habitación que lo mantenía cautivo y todo dentro de ella: La cama, el inhodoro, las pilas de libros enmohecidos, las grietas en el piso y las manchas de humedad; tambien se adjudicaba a quien lo visitaba entonces, las palabras que de este venían, sus pulmones, el aire en ellos, y las particulas en suspension -sobre las que, luego, entró en detalle-. Decía de estas últimas que le generaban la terrible dificultad de tener que recordar su ubicación y calcular las desviaciones que se producían con cada cambio en el ambiente. Valiéndose de una parábola creacionista este hombre hizo surgir un continente con sus sierras, y estepas, y praderas a través de las cuales un río escribió su nombre hasta fundirse en un océano del que Once no supo despegar la vista hasta advertir un destello de arma blanca. El hombre dió forma a los perseguidores y creó para ellos largos e intrincados corredores en los que pudieran perderse y, de esta manera, le regaló algo de tiempo a su visita, quien se debía con apremio a la fuga. A esta altura Once partió llevándose un nombre: "Segundo Altazor".

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